20/08/25: Fragmento de "MEMORIA ENTERRADA"

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La casa parecía intacta desde fuera, pero al cruzar el umbral comprendí que todo estaba en ruinas. No eran las paredes desconchadas ni el polvo en las esquinas: era el aire, cargado de un silencio que no pertenecía a nadie. Caminé despacio por el pasillo, rozando con la yema de los dedos el papel pintado que aún guardaba la huella de unas manos ya olvidadas. Cada puerta cerrada era un testigo que me observaba, cada grieta un ojo sin párpado.

Me detuve en el salón. Allí todavía reposaba el sofá, desfondado, como un animal cansado de esperar. Sobre la mesa, una taza desportillada contenía un resto de líquido seco, como si el tiempo hubiera decidido congelar aquel gesto mínimo para siempre. Y supe entonces que la memoria no vive en lo que recordamos, sino en lo que nos obliga a recordar aquello que creíamos perdido.

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19/08/25: FRAGMENTO DE "ATROPELLO"

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La lluvia golpeaba el parabrisas con furia cuando Gabriel pisó el freno. Juraría que alguien había cruzado la carretera en mitad de la oscuridad, una silueta fugaz, demasiado real para ser un espejismo. El golpe fue seco, contundente, y durante un segundo solo escuchó el eco de su propia respiración, desbocada.

Saltó del coche con el corazón en la garganta. El asfalto brillaba como un espejo roto bajo las farolas, pero allí no había nadie. Ni un cuerpo, ni una mancha de sangre, ni siquiera huellas que pudieran dar sentido al impacto. Solo el eco distante del agua arrastrándose por las alcantarillas y el latido insistente en sus sienes.

Cuando volvió a mirar el vehículo, lo encontró intacto. Ni un rasguño, ni una abolladura. Y sin embargo, Gabriel estaba seguro: había golpeado a alguien.

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18/08/25: FRAGMENTO DE "DESAPARICIÓN AJENA"

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El archivo estaba incompleto, como si alguien hubiese decidido arrancar las páginas en las que podía encontrarme. No faltaban solo los datos: faltaba la certeza de haber existido en el orden correcto. Me vi escrito con otra letra, en otro idioma, con fechas que no coincidían con mi vida.

Alguien —quizá yo mismo— había construido una versión paralela de mi historia. Y frente a ese espejo defectuoso entendí que mi identidad no era más que un acuerdo frágil entre la memoria y el olvido.

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"Escribir es escuchar lo que todavía no tiene palabras y, aun así, atreverse a decirlo."

En este espacio encontrarás algo más que publicaciones: aquí conviven novelas en proceso, reflexiones sobre el oficio, lecturas que me han marcado y fragmentos que, quizá, nunca lleguen a un libro… pero que merecen ser compartidos.

Mi escritura viaja entre la ciencia y la ficción, entre la memoria y el futuro, buscando siempre un lenguaje que pueda conmover, inquietar y acompañar.

¿Por qué escribo aquí?

  • Para compartir el pulso invisible de una historia antes de que llegue al papel.

  • Para abrir un diálogo con quien quiera mirar de cerca cómo se construye una novela.

  • Porque cada texto, incluso el más breve, puede encontrar su lector inesperado.


Lo que vas a encontrar

  • Fragmentos inéditos de mis obras.

  • Notas de autor con anécdotas y decisiones narrativas.

  • Reflexiones sobre literatura, ciencia y lo que hay entre ambas.

  • Avances de proyectos antes de su publicación.


 

...FRAGMENTOS...

"LLAMADA DE CULPA"

Durante un instante me quedé mirando la pantalla del móvil como si esperara que devolviera una respuesta, que escupiera un nombre o una dirección, que se abriera y me dejara entrar. En cambio, la superficie negra solo devolvía mi reflejo, un rostro sin gesto, apenas un destello de luz en las gafas.

No pensé. Cogí la chaqueta y salí. El aire de la calle estaba saturado de humedad y de ese olor metálico que deja la lluvia sobre el asfalto. No había tráfico denso, pero cada vehículo que pasaba parecía arrastrar una estela de ruido más larga de lo normal, como si la ciudad entera quisiera avisarme de algo que no entendía.

Mientras caminaba sin rumbo, un repique irregular de campanas se filtró desde alguna iglesia próxima. No era la hora en punto. No era siquiera un toque reconocible. Aquella cadencia extraña me devolvió, sin pedir permiso, a una noche de invierno: mi hermano al otro lado de la línea, contando, entre risas, cómo había conseguido colarse en la azotea de un hotel para grabar desde arriba el tráfico nocturno. Aquel día atendí la llamada. Y todavía conservo el archivo: el viento mordiendo el micrófono, su voz gritando mi nombre como si fuera parte del paisaje.

Ahora, en la acera, noté la misma vibración en la yema de los dedos que entonces, ese impulso físico que precede a cualquier análisis: escuchar no solo con los oídos, sino con la piel.

Apuré el paso. No iba a dejar que esta vez una llamada se quedara sin respuesta.

Al llegar a casa miré el registro: 7:36 de llamada. Miré la pista abierta en el programa; había grabado 7:33. Pérdida de tres segundos entre abrir, mirar, dudar, darle al rec. No me gustó. Apreté los labios. Pulsé reproducir. Dejé que mi voz —esa voz que no era mía— llenara los monitores de campo cercano y, a un volumen casi de susurro, empecé a limpiar.

 

"ELLA"

Recogió la cuenta de la mesa nueve. sonrió mecánicamente al recibir la propina —exigua como casi siempre—, y se dirigió a la pequeña bodega donde guardaban los productos de limpieza. Mientras reunía lo necesario, su mente vagaba hacia aquel primer día en que la vio. O, más bien, en que se dio cuenta de que la estaba viendo.

Había sido un martes también, más o menos a esta misma hora. Clara estaba sirviendo la mesa tres cuando sintió una especie de corriente fría a su espalda. Al girarse, vio a una mujer cruzando el local. Una mujer de edad indefinida —no anciana. sin embargo tampoco joven— que caminaba con una extraña determinación entre las mesas, cargando varias bolsas de tela que parecían contener todo su mundo. Su forma de moverse tenía algo hipnótico: no esquivaba a los clientes ni a los camareros, sino que daba la impresión de atravesarlos, como si existiera en un plano ligeramente desplazado de la realidad.

—¿Quién es esa señora? —le preguntó a Marcos cuando la vio dirigirse al baño del fondo.

—¿Qué señora? —replicó él, ocupado en preparar un cortado.

—La que acaba de pasar, con las bolsas. . .

Marcos levantó la vista, confuso, y mirado alrededor.

—No he visto a nadie, Clara. ¿Seguro que no necesitas un descanso?

Clara se mantuvo callada, sintiendo una extraña inquietud. aunque ¿cómo era posible que nadie más la hubiera visto? La mujer no era precisamente invisible, pero sí discreta en su austeridad. No había nada llamativo en ella, solo una dignidad silenciosa que contrastaba con las bolsas ajadas que cargaba.

Los días siguientes, Clara había empezado a esperarla, casi sin darse cuenta. Descubrió que la mujer tenía una rutina exacta: aparecía entre las cuatro y media y las cinco menos cuarto, cruzaba el local hasta el baño del fondo, permanecía allí unos minutos y luego salía, recorriendo el mismo camino en sentido inverso, sin detenerse nunca, sin pedir nada, sin interactuar con nadie.

Y lo más desconcertante, nadie daba la impresión de que notarla. Ni los clientes, ni los compañeros de Clara. Ni siquiera Anselmo, el dueño, que se jactaba de conocer a todos los que cruzaban la puerta de su restaurante. Era como si la mujer de las bolsas existiera solo para Clara, como una aparición privada.

—¿Clara? ¿Estás bien? Te he llamado tres veces.

 

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"LLAMADA DE CULPA"

El metal dejó un cerco tenue en la palma, un frío que no tenía prisa por irse. Dani sostuvo la llave como se sostienen las cosas que se han convertido en palabras sin dejar de ser objetos: de un golpe son un símbolo, pero siguen pesando. La llevó a la altura de los ojos.

El diente superior estaba mellado, apenas un mordisco, y una muesca invisible al tacto le dibujaba una línea oblicua que siempre había pensado que solo él reconocía. El óxido no era uniforme: avanzaba en pequeños archipiélagos, manchando la planicie con una constelación parda que no recordaba ver entonces, cuando la escondió bajo el alfeizar. La acercó a la nariz por puro impulso. Olía a hierro dormido, a trastero cerrado demasiados inviernos, a lluvia vieja.

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